Depósito vacío - Finalista Premio Allende Sierra 2018
—Nos quedamos sin gasolina.
—No me digas. ¿En serio? No me había enterado las primeras seis veces, Julia.
—¿Y piensas hacer algo?
—Sí, recoger a alguien que nos deje dinero. Nos queda muy poco. —Carol cambió de marcha para enfrentarse a la pequeña cuesta arriba que había aparecido.
Julia suspiró en el asiento del acompañante. Las dos amigas llevaban viajando por aquella carretera desde hacía seis horas. Habían pasado pequeñas granjas y campos con vacas. Era lo único que se veía: pastos.
—Yo no quiero coger a nadie, Carol. ¿Es que no ves las noticias? Podría ser un asesino o un pervertido o robarnos.
—¿Y qué nos va a robar, Juls? ¿El camping-gas? No llevamos nada. No nos queda ni champú.
Julia suspiró y comenzó a retorcer un mechón rubio entre sus dedos. Carol siempre estaba tan tranquila; y ella tan asustada de todo, desde que una vaca la persiguió en el primer camping donde durmieron.
Estaban recorriendo la costa de Galicia en coche, de camping en camping, un viaje que habían querido hacer desde pequeñas. Carol disfrutaba levantarse en mitad del campo, hacer un café mientras olía el olor a salchichas del vecino, el cual estaba a medio metro; levantarse a oscuras y tropezarse con troncos y barrizales hasta llegar a los aseos, que Julia no entendía cómo podían recibir ese nombre, si el vertedero de al lado estaba más aseado que aquello. Y ahora quería coger a alguien de la carretera.
Se dejó balancear por el traqueteo del coche; el atrapasueños que colgaba del espejo se movía como si estuviera peleándose por atrapar el sueño más bonito y escurridizo del mundo.
Habían discutido, pues Julia había visto que aquello no iba con ella. Tenía el cabello rizado, lo cual era preocupante, pues solía ser liso. Carol decía que se debía a la humedad, pero Julia culpaba a la vaca. Además, la lluvia las había perseguido a cada pueblo en que paraban. Aquel era el viaje de sus veinte años. Ella sabía que les habría ido mejor en Benidorm, si ya se lo decían sus abuelos. Tanta aventura, tanta aventura.
—Mira… un pasajero.
—¡No! —Julia se echó hacia delante para ver mejor. Un chaval joven estaba de pie al final de un camino de tierra, que llevaba a algún sitio detrás de la colina. Parecía que la mochila cargaba con él, Julia juraría que había visto que los pies del chico colgaban en el aire. Llevaba pequeñas bolsas de tela con ropa y zapatos colgadas de los hombros, y un cuaderno en la mano. Casi parecía ridículo el delgado brazo que asomaba y levantaba un pulgar con la mano restante.
—Pero mira qué pintas, Juls, es un pardillo. Parece de nuestra edad, no nos podrá hacer nada. Venga, dile lo que hay —dijo Carol, bajando la ventanilla del lado del acompañante.
—¡Hola! Necesitamos dinero para gasolina, si tienes, serás bienvenido. —El muchacho abrió la boca, pero no produjo sonido alguno, solo sonrió como un bobo mientras observaba a la chica— ¿Sí? Pues vamos, sube.
Julia subió la ventanilla en sus narices. La puerta de atrás se abrió y una montaña de artefactos se desmoronó en su interior, seguido rápidamente del muchacho que entró de un salto, cerró la puerta y se abrazó al asiento del copiloto, pegando su rostro al de Julia.
—Me llamo Alex, ¿tú cómo te llamas?
—Julia… —dijo ella, apartándose del chico—. Y ella es Carol.
Carol hizo un ruido, Alex supuso que aquello era su modo de decir hola.
—¡Gracias por recogerme! ¿Sabéis qué? Me he ido de casa. Sí. Ya no vuelvo. ¿Creéis que he hecho bien? ¡Mi abuelo dice que no soy capaz de vivir yo solo! ¿Creéis que he hecho bien? O sea, sí volveré, pero no a vivir, sino cuando sea más mayor y en Navidades, no sé, lo normal. ¿Sabéis? Cuando tenga algo con lo que sorprenderlos.
—¿Como cuatro hijos?
—¡No, por Dios! ¡Historias! ¡Aventuras! ¿Creéis que he hecho bien? —repitió. El muchacho se agitaba mientras hablaba, el cabello castaño cortado a tazón se metía en sus ojos y parpadeaba con fuerza, más veces de las necesarias, algo que a Julia ponía de los nervios mientras observaba al chico desde el retrovisor, como si fuera una nueva especie de insecto nunca visto antes.
—Depende, Axel, ¿llevas dinero?
—Alex.
—Pues eso.
—Sí, llevo dinero.
—Entonces has hecho genial. —Carol siguió conduciendo, sus ojos verdes fijos en la carretera.
—¿Y vosotras? ¿A dónde vais? ¿De dónde venís?
—Venimos de la costa, pero necesitamos gasolina para volver a casa. Estamos sin blanca.
—Yo os dejo el dinero. ¡Venid conmigo! Julia —el chico se volvió a pegar al asiento delantero, recuperando su sonrisa de bobo—, acompáñame en mis viajes, Julia de ojos azules. ¿Por qué volver a casa justo ahora que yo he decidido irme para no volver?
Julia, cansada, plantó la mano en toda la cara del chico y lo apartó hacia atrás. Alex sonaba como un caballero andante sacado directamente del medievo, hablaba con la emoción de quién está a punto de ir a cazar un dragón.
—Yo he tenido bastante. Quiero descansar, volver a la rutina.
Carol suspiró. Alex abrió los ojos tanto, que Julia se planteó volver a aplastar su mano contra la cara del chico con el objetivo de mantenerlos dentro de sus cuencas.
—¡Pero si aún eres joven! Tienes una sonrisa preciosa, una sonrisa de aventurera.
—¿Y cómo es eso? —preguntó ella, poniéndose cada vez más nerviosa. Habían cruzado un pequeño hayedo, un oasis en mitad de los pastos. En aquel momento, sin embargo, volvían a conducir por la solitaria carretera, cruzando la capa de humedad que había en la calle.
Carol accionó el parabrisas, que sonó agudo al arrastrarse por el cristal. Aquel sonido fue todo lo que ocupó el espacio de tiempo que Alex dedicó a pensar una respuesta.
—¡No lo sé! —dijo al fin— ¡No se puede explicar! ¡Se ve en tu rostro! Tienes que seguir viajando. ¡Mira! —El chico se inclinó para rebuscar entre sus cacharros. Sacó un pequeño libro, un conjunto de mapas de carreteras— Te llevaré a los sitios más bonitos del mundo, Julia —dijo con voz atontada.
Carol intentó aguantar una carcajada, sin éxito; mientras la joven rubia fruncía el ceño, incrédula.
—¿Y a qué sitios me vas a llevar? —preguntó ella en tono burlón.
El chico tartamudeó, con algo de sorpresa.
—Eh… pues no sé, bueno, nunca he salido de esta comarca más que cuando iba al instituto, pero imagino que…
—Ya, que no sabes ninguno.
—Espera… en mi libro vienen sitios…
—Eso es trampa.
—No es trampa —respondió él, levantando la vista de los mapas de carretera—. Mira. Fresnillos. Suena como un lugar bonito.
—Fresnillos.
—¿Has estado ya?
Las dos muchachas pusieron los ojos en blanco.
—Alex. Tú solo dinos dónde quieres que te dejemos.
El chico dejó el libro, rendido, entre sus piernas. En realidad, podía notar la tensión en el ambiente. Algo le decía que, aunque tenían edad parecida, las chicas ya habían tenido vivencias de sobra, tantas, que ya estaban cansadas. Pero él sabía que necesitaban sólo un descanso, un chispazo, algo que las volviera a despertar. Sin embargo, aquellas palabras le desmoronaron.
—Pero es que no sé dónde voy. Y no quiero estar solo.
—Si te has ido de casa es porque necesitas estar un tiempo a solas. —Carol abrió la ventanilla, se sacó el chicle de la boca y lo tiró. Alex se la había quedado mirando, pensativo.
Condujeron en silencio durante unos minutos, que fueron interrumpidos por una parada brusca. El coche se movió hacia delante a trompicones, Alex se sujetó para no salir volando y sujetó instintivamente el hombro de Julia. Carol volvió a arrancar el coche, que avanzó varios metros de manera lenta.
—Venga… no falles ahora, un poco más pequeño —dijo Carol, con la vista clavada en el cartel que había al lado de la carretera: “Gasolinera a 200 metros”. El coche volvió a frenar. Carol volvió a girar la llave para que arrancara, pero aquella vez ya no avanzó mucho más.
Julia se quedó mirando la mano de Alex sobre su hombro, que seguía allí, pero éste la apartó de manera rápida en cuanto se dio cuenta.
—Oficialmente, estamos sin gasolina —anunció Carol.
—Bueno, el pueblo no queda muy lejos ya. ¡Podría ser peor! —dijo Alex de manera optimista. Justo en aquel momento, la humedad del ambiente fue sustituida por lluvia. Las nubes descargaron toda su agua, con fuerza, contra la carretera.
—Bueno… sí, podía ser peor.
Julia dejó escapar un suspiró cansado, mientras la lluvia tamborileaba en el techo y un relámpago atravesaba las nubes.
—No os preocupéis. ¡Ésta será mi primera aventura! —El joven volvió a echarse encima de sus cosas, abrió cinco bolsillos sin encontrar lo que buscaba, hasta que al fin lo consiguió. Sacó un gorrito amarillo de pescador, se lo puso sobre la cabeza y se lanzó fuera del automóvil. Comenzó a correr deshaciendo el camino, hacia atrás.
—¿Por qué no ha cogido el paraguas que hay en el suelo?
—¿Por qué se va hacia atrás? ¡El pueblo más cercano está de frente, imbécil! —gritó Julia por la ventanilla. Carol se empezó a reír, mientras la cara de su amiga enrojecía. Alex volvió corriendo y pasó al lado del coche.
—¡Ya lo sabía! —Escucharon su voz ahogada, después lo vieron desaparecer tras el horizonte.
—Espero que tu príncipe lleve dinero —dijo Carol, enjugándose las lágrimas.
Después de un rato, en el que ninguna de las dos pronunció una sola palabra, el gorro amarillo de Alex apareció al final de la carretera. El chico, empapado de pies a cabeza, vertió los pocos litros que había logrado traer desde la gasolinera.
Cuando Carol arrancó, Alex aún temblaba, abrazándose a sí mismo, embutido en su gorro amarillo. Julia se mordió un labio, observando al chico desde el retrovisor. Su pelo oscuro le caía encima de los ojos, ocultándolos casi al completo.
—Ya sé dónde quiero que me dejéis. —Las dos amigas se miraron.
—¿Dónde?
—Dos pueblos más allá. Allí se inspiró un profesor mío para escribir un poema que siempre me ha gustado. Supongo que tiene que ser un lugar bonito para empezar a vivir de cero.
Las dos asintieron, observando aquella sonrisa inquebrantable.
—Entonces te quedas aquí.
—Sí. —El chico cargó con todos sus bártulos. Julia observó cómo esta vez había acoplado las cosas a su cuerpo, por fin, era una persona que llevaba su equipaje y no al revés.
—Julia, Carol, tomad —Alex les dio cuarenta euros, ignoró sus quejas, pues les parecía mal aceptar si no iban a llevarle más lejos— Llenad el depósito. Ojalá os sirva para vivir muchas aventuras antes de llegar a casa. Gracias. —Dirigió luego su mirada hacia Julia. Esta vez, su sonrisa fue una amable y segura. Levantó una mano a modo de despido y comenzó a caminar.
Las dos observaron cómo la silueta del chico desaparecía en el horizonte, dejando el miedo atrás.
Carol contó los billetes. Su depósito estaría lleno de nuevo en poco tiempo.
—¿Crees que le irá bien?
—Sí, tiene claro lo que quiere.
Julia observó a Carol.
—Al final no me va a llevar a sitios bonitos.
—Bueno —respondió Carol—, Fresnillos queda de camino.
Julia sonrió, mirando hacia el lugar por donde había desaparecido Alex, y se encogió de hombros. Acarició el atrapasueños, que pendía ya tranquilo.
—Vamos a Fresnillos.
Laura Macías Pérez
Escritora y lectora
Bruja de la luz, de esas que estudian libros antiguos y botánica bajo las ramas de un roble y sueñan con historias de amor mientras están desconcentradas.
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