Género: no ficción, memoria
Temas: duelo, guardar la memoria
Es de eso de lo que me interesa hablar. Del poso. Del hecho de que las personas que no hemos hecho grandes cambios en el mundo podemos ser recordadas a través del amor que inspiramos en quienes nos tuvieron cerca, y creo que eso es suficiente.
Todo este dolor sin palabras es el segundo libro de Sofía Guardiola Villaverde, en el que reflexiona sobre la muerte de su amiga Cande debido a la (horrible, inesperada, temible) enfermedad del cáncer. Es un libro muy íntimo, que debe de haber sido difícil de escribir y al mismo tiempo, muy aliviador.
Es muy interesante debido a las reflexiones que la autora hace sobre la muerte (sobre todo, la muerte tan inesperada, tan antinatura), el duelo, los recuerdos y cómo poco a poco éstos se desvanecen de la memoria, el miedo a olvidar, las maneras en las que el ser humano intenta retener, recordar, honrar a las personas que ya no están. Me parece un tema universal por el que desgraciadamente muchas personas tienen que pasar. Sofía ha conseguido poner todo ese dolor en palabras, al contrario de lo que indica su título. Éste deriva de la crudeza del duelo, que lo hace imposible de narrar -exactamente cómo una se siente, con el grado y la intensidad que mereciera-. Desde luego, el intento es suficiente para poner los pelos de punta.
Normalmente, damos por hecho que nuestros seres queridos van a estar en nuestra vida por tiempo indefinido. No pensamos en la muerte, mucho menos cuando se trata de personas jóvenes. La muerte llega y se lleva a un ser amado, pero también arranca toda la vida que ya no será, todos los recuerdos que no se crearán con él o ella. Es algo que temo, porque gran parte de quiénes somos se lo debemos a las relaciones con nuestros seres queridos más cercanos, en las historias que se entrelazan.
En especial, me ha gustado mucho la reflexión sobre adoptar la responsabilidad de no olvidar a esa persona y también la de guardar su recuerdo con el fin de que que otros tampoco la olviden, como acto de amor. Se puede hacer a través de memorias, de historias compartidas, de hacerles inmortales a través del arte.
También me resulta interesante el ritual, ese que realizamos para mantener cerca a las personas que ya no están con nosotros. A mí, hoy en día, algunos de esos rituales me resultan ajenos, tal vez porque soy una persona muy escéptica, aunque procure cuidar de mi lado más espiritual para no sentir que pierdo mi humanidad. Creo que lo místico y las conexiones que tenemos la voluntad de crear son raíces que nos atan a lo emocional. Me gusta y me calma pensar más de esta manera que en una puramente racional.
Mientras leía este libro, pensé en lo reconfortante que debe ser poder compartir con otra personas detalles sobre ese ser querido que ya no está. A menudo pienso que tratamos la muerte de otras personas con frivolidad o, desde luego, con muy poca sensibilidad. Es normal: si no son personas de nuestro entorno cercano, no nos afecta tanto. Si cada muerte nos afectara provocando una riada de tristeza, no podríamos vivir, pero esto crea un miedo consecuente: la muerte de mis seres queridos o mi propia muerte, llegado el caso, tampoco despertará emoción alguna, caeremos en el olvido. ¿Cómo un hecho tan devastador para mí podría ser algo tan poco relevante? La importancia de nuestra presencia en el mundo es relativa, y darse cuenta de ello es desesperanzador.
Me gustaría que se me recordase a través del prisma de la mirada de las personas que me han querido.
Sin embargo, los recuerdos siguen estando, el dolor se diluye aunque nunca se termine de ir, la persona no se marcha, y nosotros podremos seguir recordándolos y lo haremos con una sonrisa, la mayor parte de las veces. Es importante disfrutar de las personas en el momento presente, dedicarles tiempo -tiempo de calidad, atención, escuchar, coleccionar recuerdos y conocer-.
Te echo de menos más de lo que te recuerdo.
Los recuerdos son volátiles, se acaban olvidado o alterando, y sin embargo, la añoranza solo crece. Esta cita es de En la tierra somos fugazmente grandiosos de Ocean Vuong. Algo muy positivo que me llevo de este libro es la cantidad de obras a las que hace referencia. Cierro esta reseña con una última reflexión sobre los espejos que, si bien es algo macabra, me ha parecido interesante y que destacó la autora de un artículo de Rodolfo Izaguirre:
Una realidad evidente pero abrumadora que tienen los espejos: cada vez que nos vemos en ellos nos encontramos algo menos jóvenes que la última vez que nos reflejamos en su superficie y, por tanto, cada vez que repetimos la operación vemos una versión de nosotros más cercana a la muerte que la anterior.
En conclusión, se trata de una obra que habla sin filtros y de una manera muy bonita el dolor, la muerte, el olvido y los miedos que todos estos temas acarrean.
Un abrazo,
Laura
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