Reseña (y reflexión): Anhelo de raíces - May Sarton

Género: no ficción, diario

Temas: escritura, búsqueda del hogar, soledad, el propio arte y su valor, mudanzas y sus complicaciones, vida vecindal, Nueva Inglaterra.

«Aquel primer invierno no fue solo de alegría y descubrimiento. Tuve que aprender mucho también sobre la ansiedad, el aislamiento, la cara oculta de la luna de la soledad. Ni siquiera una vida nueva exorciza a los viejos demonios y puede que nunca lograra exorcizar a los míos por completo. Pero había tomado la decisión de mudarme al campo por una necesidad poderosa, la necesidad de al menos llegar a un acuerdo con ellos».

Encontré este libro por casualidad expuesto en la librería. Los tonos pastel de la portada y la tranquilidad que me generaban sus ilustraciones de cubierta me cautivaron, así que me acerqué a hojear. Pronto me di cuenta de que no se trataba de una novela, sino de un diario (una serie de ellos, además) de la escritora May Sarton. No la conocía. Fue una escritora belga-estadounidense que escribió novela, poesía y memorias, destacando sobre todo en estas últimas. Nació en 1912, y fue coetánea de muchas otras escritoras importantes del siglo XX, como Virgina Woolf. 

Seleccioné el libro que me había hecho detenerme, el de los seis ramilletes de flores silvestres y que llevaba por título «Anhelo de raíces». Lo di la vuelta y leí su sinopsis: trataba sobre la experiencia de la autora de comprarse su primera casa, en Nelson, un pueblo en el campo de Nueva Inglaterra, y de las complicaciones y alegrías que vivió en ella desde que la preparó para instalarse y en los siguientes diez años. Lo dejé en su sitio porque tenía prisa y no podía llevármelo en ese momento. No obstante, estuve pensando en él todo el día siguiente y cuando llegó la hora del paseo con mi familia, les impuse que la ruta pasara por la librería. Entré, me dirigí a él como si el local no tuviera más que paredes vacías y esa unidad de libro, y lo cogí en mis brazos. «¡Qué visita más rápida!», se sorprendió el librero, que suele estar acostumbrado a que merodeé por la librería, le salude y me pase un ratito charlando. Aquel día lo tenía muy claro: hay libros que se declaran nuestros antes de que podamos pensar en ello y este sabía que mi estantería sería un buen lugar para establecerse.

Lo que conectó tanto conmigo fue la situación de la escritora. Yo también sueño con tener algún día una casa de campo, un jardín que cuidar y un pueblo rodeado de naturaleza, pero animado al mismo tiempo. Vi los anhelos de la escritora en mí misma y estaba deseosa de leer su experiencia como leería la correspondencia de una vieja amiga.

«Anhelo de raíces» es una lectura tranquila en la que May Sarton reflexiona sobre el momento de comprarse la casa, sus circunstancias en aquel momento, cómo fue el proceso de encontrarla, reformarla e inaugurarla, las personas que pasaron por ella y qué significado quiso darle. Pone como escenario central la casa, la dota de alma propia y se dedica a reflexionar sobre su vida y sobre la escritura. Algunas de las reflexiones más interesantes que hace versan alrededor de la soledad y la relación amor-odio que tenemos l@s escritores con ella. La soledad es muy necesaria para pensar, ordenar ideas, dejar a la cabeza campar a sus anchas y que nada interrumpa el curso de su pensamiento; por supuesto, también para sentarse a escribir. Pero, al mismo tiempo, genera tristeza y una constante sensación de pérdida (sobre todo, reflexiona, si como escritora no se triunfa como una esperaba: «¿Qué hubiera podido hacer yo si no hubiera dedicado esta gran parte de mi tiempo vital a estar sentada delante del escritorio?»). La respuesta es sencilla: buscar el equilibrio; lo difícil es saber dónde queda. Personalmente, estoy contenta porque creo que últimamente yo lo estoy consiguiendo, aunque no son pocas las semanas en las que me agobio porque la vocecita escritora de mi cabeza dice que podría hacer más. Podría, sí, pero entonces perjudicaría el equilibrio que mi mente necesita para estar tranquila, descansada e ilusionada para crear.

También me ha llamado mucho la atención ver que algunos de los rituales escritores, como ponerse música afín al texto, también se daban cuando no existían las infinitas POV playlists (listas de reproducción temáticas) que nos ha regalado internet. May Sarton era muy aficionada a la música clásica y se ponía vinilos de un compositor u otro.

«Pero al cabo de no mucho tiempo no solo recordamos las cosas específicas de las personas que hemos amado; sus vidas se integran en nuestras vidas y al final la transferencia es completa; somos lo que somos gracias a ellos».

La escritora reflexiona sobre la juventud y la vejez, y las diferencias entre las expectativas o la forma de actuar y de ver la vida, cosa en la que en estos días pienso mucho. Cuando hayan pasado veinte o treinta años, ¿estaré orgullosa de la persona que fui? ¿Sentiré que he hecho todo lo que quería hacer? ¿Habré alcanzado los objetivos vitales que para mí ahora son tan solo una nebulosa de incertidumbre, excitante al mismo tiempo? Aún pueden ocurrirme muchas cosas, pero ¿y en ese futuro? ¿Me sentiré triste al echar la vista atrás si no he cumplido conmigo misma?

«Supongo que el peor de mis demonios siempre ha sido la impaciencia, un conductor imparable y testarudo que dice: "¡Date prisa, date prisa!". Y al principio de mi nueva vida, en vez de aplacar a este demonio, parecía que le había concedido una autoridad aún mayor. [...] La crisis de la madurez tiene que ver tanto con la devastadora ansiedad como con el tiempo mismo. ¿Cómo podía ser que hubiera llegado al cenit de mi vida y que mis logros reales estuvieran tan alejados del sueño que había imaginado a los veinte? Y me refiero tanto a lo logros como ser humano como a los profesionales».

En conclusión, me ha parecido una lectura muy enriquecedora. Ha sido muy cotidiana y tranquila (muy cottagecore vibes), justo lo que me apetecía leer. Ha sido una lectura de esas que te permiten desconectar de la rutina y te hacen querer romantizar los momentos cotidianos de la vida, tanto es así, que esta reseña la escribí en mi libreta, a mano, en mitad del campo y con un termo de té calentito. Me di tiempo para escribir todo lo que me apetecía contar sobre las sensaciones que me había hecho sentir el libro, y fue una experiencia bonita que me apetece repetir. En un momento de mi vida en el que siento que tengo que ir corriendo a todas partes y en el que sueño con poder retomar pequeñas cosas que antaño me hacían feliz (como jugar a algún videojuego o pintar), pero para las que ahora siento que nunca tengo tiempo, ha sido un descanso mental. Y oye, tal vez es momento de parar y retomar esas actividades.

 

Un abrazo,

Laura


 

 

 

 

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