La Botánica. Parte I



La chica abrió el diario por la página doce y tropezó. Sintió que la tierra se clavaba en sus rodillas, pero no se preocupó más y rodó, quedando bocarriba. Abrió de nuevo el diario y lo utilizó como escudo para que el sol no la diera en los ojos.
Intentó descifrar el texto de sus páginas, pero no entendió nada. Dio la vuelta al cuaderno. Nada.
Lo tiró lejos, entre los árboles, y se levantó arrastrando sus pantalones de tela, que algún día debieron de ser blancos.
Cuando se hubo alejado diez pasos, se dio cuenta de que estaba caminando hacia atrás. Recogió de nuevo el diario y salió corriendo.
Los helechos calaron su ropa con el rocío de la mañana, como cada día, y ella con los ojos cerrados recorrió el camino de memoria, notando las gotas de agua fría pegadas a su tripa y a sus muslos, sintió la tierra mojada bajo las plantas de sus pies.
Cuando llegó a la casa del árbol, trepó por las escaleras, atravesando con su figura la densa capa de niebla que se comenzaba a formar.
Sujetó de nuevo el cuaderno entre sus manos y lo analizó, buscando pistas con sus ojillos azules, recorriendo los hilos sueltos con sus dedos blancos.
El cuaderno era marrón, y al abrirlo, las hojas estaban amarillas, como si hubiera estado abandonado bajo un día de lluvia y se hubieran desteñido. La muchacha pasó la primera página y vio inscrita tres únicas palabras, algo en sus recuerdos le dijo que tal vez se tratara de un nombre. ¿Sus recuerdos? Sí, claro, ella una vez supo leer, hasta que dejó de hacerla falta.
Pasó de página y esta vez la siguiente estaba llena de frases y palabras en tinta de color azul. Pero de nuevo, no pudo descifrar su significado. Pasó cada página deprisa, cada vez más deprisa, observando su interior de refilón. En algunas había dibujos de Torres y tallos.
La chica sonrió, cerró los ojos y suspiró: de eso sí se acordaba, casi desde que tenía uso de razón. Con un susurro comenzó a recitar los nombres de los dibujos que pasaban por delante de sus ojos, como habría hecho con diez años cuando iba al colegio, en los recreos soleados mientras el resto de los niños jugaba a saltar la comba y dibujaban con tizas en el suelo.
—Abies alba. Filicopsida. Rubus floribundus. Pinus uncinata. Vaccinium corymbosum. Juniperus. Bryophyta sensu stricto.
Sabía qué planta era la siguiente sin tan siquiera haber pasado de página. El olor a tinta le recordaba los días en que soñaba con leer el libro de Ciencias Naturales del año siguiente, porque el del suyo lo había leído ya en verano. Rememoró la sensación de tener las manos manchadas de tinta y también las ganas de comprar bolígrafos de colores con los que llenar su estuche favorito.
¿Y qué nombre se leía en la etiqueta de aquel estuche de rayas?
—Maya.
Volvió a abrir el diario por la primera página y leyó el nombre completo, las tres palabras que momentos atrás no había sido capaz de leer. No las leyó, no se acordaba. Pero sí reconoció la forma de su nombre, la que había escrito en tantas hojas de exámenes.
—Maya Torres Vázquez.
Maya se levantó de golpe, como si aquel diario tuviera veneno en sus tapas, y se alejó. Cruzó la sala llena de libros, saltando por encima de un portátil sin batería y lleno de polvo y tierra. También había una mochila vacía tirada en la esquina, de donde asomaba el cable de un cargador curioso.
La chica se asomó por la ventana de madera de su pequeña choza, pero de vez en cuando miraba hacia atrás, queriendo asegurarse de que aquel diario no se movía de su sitio.
¿Y dónde habría perdido ella aquel cuaderno? Se quedó pensando, mirando hacia las copas de los árboles de aquel bosque. Un cosquilleo en la tripa la puso incómoda.
Le apetecía ser ella. Al fin y al cabo, tenía un nombre. Maya. Hacía tiempo que nadie la llamaba así. Hacía tiempo que nadie la llamaba. ¿Cuándo había sido la última vez? La muchacha se apretó las sienes con ambos puños.
Estaba tan inmersa en su rutina que apenas se acordaba ya de qué había hecho antes de acabar en aquel bosque.
Levantarse.
Regar.
Comer.
Correr.
Yacer tirada en las explanadas del bosque.
Comprobar que los árboles y plantas están sanos.
Correr de vuelta a la casa del árbol.
Dormir.
Solo se acordaba de haber encontrado la cabaña medio derruida, de haberla adornado a su gusto, o al menos al gusto de su pasado. Ahora, la cabaña tenía un aspecto ruinoso, como si quisiera volver a integrarse en el paisaje.
La noche comenzaba a caer, y Maya se metió en su amasijo de mantas, abrazada al diario.
Aquella noche soñó con un fuego que devoraba el bosque, soñó con personas corriendo de un lugar a otro, chocándose entre ellas, soñó con disparos y sangre.
Cuando se despertó, supo que si abría el diario por la página sesenta habría una mancha de sangre.
Aquella mancha de sangre le recordó a un joven. Sí, aquel joven que la había guiado por el bosque los primeros días, cuando ella solo quería estudiar y no vivir en él. Él conducía el 4x4; al parecer el único guardabosques.
¿Qué habría sido de él?
Nada bueno, pensó ella, si se encontraba llorando.
Maya tapó un molesto rayo de sol que se colaba por la ventana e incidía en sus ojos. Se levantó y dejó el diario sobre la mesa; bajó por las escaleras hasta el suelo de tierra y, como cada mañana, comenzó a correr.
Entre susurros, maldijo aquel diario. Desde su aparición parecía que su cabeza estaba atenta de recordar y no de vivir.
Cuando el sol estaba ya en lo alto, Maya frenó en seco, con el cabello pajizo alborotado. Miró a su alrededor y no sabía dónde estaba. ¿Cómo podía ser que se hubiera perdido? Conocía el bosque de memoria.
Se tiró en el suelo y se hizo un ovillo, se abrazó a sí misma, dándose pena, como la primera vez que se vio sola en el bosque y sin su diario. Se le había caído de la mochila mientras huía del fuego, de la explosión y de los disparos, bosque adentro, y se encontraba sola, sin su eterno confidente de papel.
Maya sonrió debajo de sus lágrimas saladas.
***
Aquella noche la pasó en el bosque. Las estrellas intentaban hacerse hueco entre las ramas de los abetos para curiosear qué era de aquella muchacha. Mientras tanto, Maya aún yacía echa un ovillo, en la oscuridad de la noche, con los ojos bien abiertos y la piel erizada de frío.
Cuando el cielo se tornó rosa y los pájaros comenzaron a saludar el nuevo día, Maya caminó de vuelta a la cabaña, algo que le costó más tiempo que otros días.
Cuando llegó, algo le llamó la atención: un grupo de personas había llegado y todos los objetos que solían cortar su paso en la cabaña, estaban amontonadas con cuidado en la explanada. Su equipo: mochila, portátil, cargadores, libros… y un grupo de jóvenes subían y bajaban de la casa del árbol, caminaban a su alrededor, como alguien que busca algo sin saber muy bien el qué. Una mujer joven, mientras tanto, releía las páginas de su diario, apoyada en un tronco caído.
—Sin duda vive aquí —susurró cuando cerrando el cuaderno con cuidado. Maya lo escuchó de refilón, escondida entre los arbustos, mientras se frotaba los ojos. ¿Personas? ¿Cómo ella? ¿Cuánto tiempo hacía que no veía a ninguna persona?—. Esperaremos a que vuelva. Enviaré un mensaje a su familia comunicando lo que hemos encontrado.

En aquel mismo momento el resto del equipo dejó de buscar y todos se sentaron a descansar y comer.
Maya se dio cuenta de que se tapaba la boca, ocultando una sonrisa. La estaban buscando. Sin embargo, sus piernas no se animaban a saltar y salir de su escondite, sino que temblaban allí fijas, como si estuvieran echando raíces. ¿Quiénes eran estas personas? Se tiró sobre sus rodillas y solo así fue capaz de desplazarse, pero de nuevo, bosque adentro, de manera sigilosa. Una punzada de rabia crecía dentro de su pecho y Maya supo que era solo de reproche por haber dejado aquel cuaderno desprotegido.
Y es que, de alguna manera, aquel suceso de recuerdos que cobraba vida en su memoria hacía que cada vez quisiera saber más y más y más, como si de repente se diera cuenta de lo extraña que era su vida. ¿Una persona sola en el bosque? Maya se relamió, aun gateando, recordando los bocadillos de aquella gente. Sabía que aquello era un bocadillo, pero no se había acordado hasta ahora de que aquel tipo de comida existía.
¿Qué la había pasado? Conseguía recordar hilos de su pasado, gracias al cuaderno, gracias a aquellas personas, pero no lograba conectar los puntos entre estas vagas escenas y su situación actual.
Mientras pensaba esto, la joven del cabello oscuro, aún con el cuaderno entre las manos, miraba por encima de su hombro. Había notado el movimiento entre los arbustos, pero en vez de avisar, sacudió la cabeza y dio un sorbo a su cantimplora.
Cuando Maya estaba ya lejos, se levantó y se sacudió las manos de tierra, así como los pantalones, un acto que no había hecho desde hacía mucho tiempo. Comenzó a caminar y, para distraerse y que su cabeza no volviera a la imagen de aquella mujer leyendo su diario, se fue acercando a los troncos de los árboles para comprobar su estado. Sin embargo, mientras zigzagueaba, su mente intentaba crear la perfecta unión de palabras para pedir de vuelta su diario, como una niña que quiere que la devuelvan su juguete favorito. ¿Palabras? Maya frenó en seco.
Entre los árboles, aquella mujer se acercaba. Maya se quedó paralizada, como si fuera un oso pardo a punto de cazarla, pero no pudiera reaccionar. De manera exacta le había pasado cerca de la casa del árbol. Pero la joven no parecía darse cuenta de esto, se acercaba como si estuviera caminando por el pasillo de un colegio, mientras daba cortos tragos a una cantimplora y miraba hacia el suelo para esquivar las rocas del camino. Cuando por fin estuvieron frente a frente, se produjo un silencio que podría haber sido incómodo, pero que Maya sintió como el silencio más gratificante nunca experimentado: el silencio entre dos personas, mientras se miran a los ojos, sabiendo que no están solas.
—Me llamo Ela —dijo la chica, extendiendo la mano. Sin embargo, al ver que su acompañante no la estrechaba, se la llevó a la cara para colocarse un mechón lacio tras la oreja.
Maya analizó de un vistazo a Ela: llevaba ropas grandes para su cuerpo menudo, con una chapa mal sujeta a la camisa donde se podía leer su nombre completo tras un título: doctora. Lo vio a pesar del esfuerzo de la chica de esconderlo en la chaqueta. Ela sujetaba una cantimplora verde en una mano y bajo su brazo portaba el cuaderno. Los ojos de Maya se quedaron prendados en éste y Ela, dándose cuenta, cogió el cuaderno y se lo tendió.
—Tú debes de ser Maya Torres. ¿Sí?
Maya tardó unos segundos, pero finalmente asintió con la cabeza, recibiendo el diario y abrazándolo contra su pecho. Por fin era llamada.
Ela sonrió de manera tímida.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo sola, Maya? ¿Puedo llamarte Maya?
Ella volvió a asentir, mientras sus mejillas se enrojecían. Miró sus ropas llenas de polvo y la tierra entre sus uñas, pero antes de poder compararse con Ela, ésta cogió su mano entre las suyas la dirigió una cálida sonrisa.
—¿Paseamos? En la dirección que tú quieras.
Comenzaron a caminar.
—No me acuerdo —confesó al final, en un susurro, y se sorprendió al escuchar su propia voz.
—Llevas desaparecida cinco meses.
—¿Eso es mucho?
Ela se encogió de hombros. Caminaba con ambas manos metidas en los bolsillos, la cantimplora ahora colgaba de su cinto.
—Supongo que depende de a quien preguntes.
—Este diario era mío, pero no me acuerdo de cuándo lo escribí —se animó a hablar—. Me acuerdo de cosas, pero no de todo. ¿Es eso normal? Nunca me había parado a pensar en mí, en lo que yo era. Solo era… una parte más. Como otro abeto. Como otro pájaro. No había un antes ni un después, solo un ahora. Pero me encontré este cuaderno y ahora tengo un desorden en mi cabeza y sí me preocupa buscar una razón. Hasta hace poco no había pensado en hablar, no me acordaba de que algo así existía. ¿Debería preocuparme? —Sus ojos estaban llorosos, y pedían respuestas a aquella chica, aparecida de la nada, que para ella representaba un todo.
—¿Puedes llevarme al lugar donde encontraste tu diario? —preguntó Ela, después de un silencio.
Maya la condujo, con paso rápido, hasta el lugar donde lo vio tirado entre las plantas. Señaló el el suelo, entre los helechos, pero Ela miraba a un punto más allá.
Y cuando se giró para ver qué miraba Ela, descubrió el 4x4 volcado y ennegrecido, con las hojas planas de los helechos sobresaliendo por las ventanas rotas. Una zona entera de árboles sin hojas y suelo negro, quemado, del que poco a poco comenzaba a brotar nueva vida.
Ela comenzó a acercarse. Maya la siguió, a cada paso temblando más como si se hubiera contagiado de la peor de las neumonías.
Ela se agachó y se quedó mirando el cuerpo esquelético del conductor, aun colgando boca abajo. Se volvió a colocar un mechón tras la oreja, mientras se fijaba en los agujeros de bala en la chapa del coche.
—Deberíamos irnos de aquí.
Pero Maya viendo aquello, o queriendo ver aquello, por primera vez, cayó de rodillas. Todo cobraba sentido en aquel momento. Escuchó el sonido de los disparos. Vio la furgoneta saltar por los aires en llamas y volcar al pasar por encima de alguna clase de mina. Vio los cuerpos de sus compañeros salir y enfrentarse uno a uno a las balas. Sintió el cinturón pegado a su garganta y el humo negro intentando buscar paso entre sus orificios, mientras forcejaba por abrir la puerta. Escuchó el piar de los pájaros escandalizados y el correr de los zorros y ardillas más pequeños, entre las hojas de otoño. Notaba la presión de las correas de su mochila, y los lamentos de dolor del conductor, intentando sacar en vano un trozo de cristal de su estómago, sin fuerzas de desabrochar tan siquiera su cinturón. Consiguió salir agachada justo en el momento en que notó la explosión de sangre dentro del vehículo.
¿Y después?
Corrió, bosque adentro. Sintió de nuevo el dolor en el pecho. El sabor a sangre en la garganta. Los animales corriendo a su lado. El bosque espesándose. Su cabello rubio teñido de rojo, como sus manos. Y ella nunca mirando atrás. Y en la noche, se vio a ella, cayendo de rodillas y haciéndose un ovillo, convenciéndose de que ella solo era una botánica, que venía a estudiar el bosque, solo estudiar el bosque, solo estudiar…
Y entonces volvió a escuchar los disparos.
Y un grito.
Pero aquello ya no formaba parte de sus recuerdos.
—¿Ela?

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