Parece que va a llover


—Parece que va a llover.
—¿Tú crees?
—Sí creo.
—Pensé que eras atea.
Los dos jóvenes miraron al cielo cubierto de nubes. El sol solo se asomaba por una franja.
—Piensa que alguien debió de encender la bombilla ahí arriba.
—No empieces.
—¿Por qué tenemos tan poco espacio aquí abajo? El cielo es grande y nos separan solo las nubes de él. ¿No te das cuenta de cada vez están más cerca?
—Querrán más espacio para sus fiestas.
El joven suspiró y se levantó del muro donde ambos estaban sentados.
—¿A dónde vas?
—Si va a llover, mejor que nos pille de lleno.
—Querrás decir bajo techo.
—No, de lleno. Quiero ir a la playa.
Cogió la bici y se alejó. Ella decidió seguirle, porque algunas tormentas se pasan mejor en compañía. Cuando llegó, el joven estaba tirado en la arena fría.
—Entonces, ¿tú crees que están haciendo una fiesta? —preguntó él.
—Digo yo.
La chica se sentó a su lado.
—Pues no nos han invitado.
—No sé, yo soy atea.
—Y yo aún no estoy muerto.
La chica frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que solo asistiré a fiestas una vez haya muerto.
—¿Y cómo sabes que no te comerán los gusanos, como a mí?
El chico se encogió de hombros.
—Yo no soy ateo.
—Tienes razón —dijo ella. Se tumbó—. ¿Te acordarás de mi cuando te empaches allí arriba?
—Claro que sí. Y apagaré la bombilla un minuto, para recordarte.
—Con que despejes el cielo de nubes me habrá bastado. No me gustan las nubes, ¿sabes?
—Lo sé. Parece que va a llover.

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