Llanto de estrellas

Ocurre alguna vez que dos miradas se cruzan y solo entonces comienzan a brillar. Terminan uniéndose, aunque no fuera aquella su intención, como las ramas del árbol caído que escalan para intentar alcanzar la luz del sol.
***
Las estrellas aquella noche se veían claras, parpadeaban, como cien mil ojos de un gigante curioso observando qué hace la humanidad. Carlota rió para sí misma, mientras daba una calada al cigarro. ¿Cuándo comenzaría la lluvia de estrellas?
Se dio la vuelta en el césped para preguntar a su amigo y rió el doble al ver que se había dormido. No le despertó, sino que se le quedó mirando, como si por primera vez observara su rostro.
Se incorporó y, sentada, miró hacia la laguna que tenían en frente; pero se dio cuenta de que no podía admirar ninguna otra imagen ahora que él se había dormido.
Apagó el cigarro y se tocó el pecho. Su corazón latía siempre el doble de rápido si él estaba cerca. Por un momento tuvo miedo de que despertara, porque entonces descubriría su farsa. ¿Farsa? Era lo más sincero que nunca había sentido. Y es que, ¿cómo puede ser una farsa sentir amor por alguien cercano, como un amigo? Se descubría por las noches imaginando cómo sería el rozar de sus labios y su cuerpo entero se estremecía en un escalofrío, ¿cómo podía ser aquella sensación algo malo?
Carlota se levantó. Fue como una tormenta de verano, de las que empiezan sin avisar: su corazón iba más y más rápido y temió echarse a llorar de frustración. Se alejó, sin mirar atrás, y se acercó a la orilla de la laguna. En un fondo estrellado distinguió su rostro y de manera inconsciente comenzó a recordar las caras de las chicas que a Yago alguna vez le gustaron, resultando ser poco, resultando ser ese rostro escondido tras un manto de niebla.
Cogió una piedra y la lanzó lejos. ¿Por qué se había dormido? De pronto solo se le ocurrió culparle. Solo entonces ella se descuidaba y dejaba de actuar, dejaba de interpretar ese papel que de alguna manera ella misma se creía.
¿Enamorada? No, solo curiosa.
 Se volvió a sentar, esta vez al lado de la orilla e intentó sonreír. Encendió otro cigarro y se tumbó, maravillada del brillar de las estrellas.
Se quedó dormida, sin saber que éstas no serían tan brillantes de no ser por las lágrimas en sus ojos.
Cuando Yago se despertó, frunció el ceño. Se pasó una mano por su cabello rubio y buscó a su amiga. Una punzada de cariño atacó su corazón al verla tirada en la orilla. Se levantó y se volvió a sentar a su lado, mientras observaba las estrellas reflejadas en la laguna. Cogió el cigarro que ella se había dejado encendido y lo fue a apagar, pero algo le hizo frenar. Yago concentró su mirada en aquel cigarro, humeando frente a su rostro, y no pudo evitar llevárselo a los labios y respirar, a pesar del hedor del tabaco.
No supo a tabaco, sino a cielo. Acarició con los dedos los labios de su amiga, dormida, y un temblor recorrió su cuerpo entero, se sintió rodeado por diez mil hogueras y solo se le ocurrió apagar el cigarro, para apagar su fantasía, darse la vuelta y abrazarse a sí mismo.
Las estrellas, como los cien mil ojos de un gigante curioso, comenzaron a llorar.

1 comentario:

Daniel Gamazo dijo...

Aisss que bonito! Ya quiero ver ese lago ❤. Te lo digo de más relatos pero de este no estoy seguro de querer continuación, deja muy bien reflejado como se ocultan sentimientos que nos pueden traer tanto bien : (.

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