Nieve y alma en pena


Un parque no es un parque si sus bancos no están al lado de una farola oxidada que pretende parecer elegante, una farola sin bombilla y sin cristal.
Y un parque nevado no es un parque nevado si no hay huellas anónimas rompiendo la tranquilidad de un manto virgen y blanco.
Eso intenta pensar aquella mujer de cabello grisáceo y mejillas hinchadas, mientras intenta recordar qué la había hecho salir bajo la nieve y por qué no consigue alejarse de allí. Camina mirando por encima del hombro, intentando que la luz de la única farola con vida la acompañe hasta su hogar, si es que a caso tiene.
Sus pasos resuenan como dagas clavándose en la nieve, apretando ésta hasta convertirla en hielo sucio. Pero la tormenta no cesa y enseguida sus huellas se rellenan de nuevo, dejando solo un leve rastro. La farola parpadea, avisando a la mujer de que terminará por perecer de frío.
Corre.
Cuando la farola se apaga, se escuchan las risas y la mujer echa a correr, algo en su interior se lo ordena.
No mires atrás.
Frena al llegar al río frente a la casa abandonada: está congelado. Tan congelado, que la mujer teme que los renacuajos que habitaban allí, ya no logren convertirse en ranas. Posa un pie y luego el otro, se sujeta a la rama que un árbol gris le tiende de manera educada y consigue meterse en la casa.
Sube al piso de arriba evitando el tercer escalón, que flojea, y se asoma a la ventana.
La mujer se abraza a sí misma cuando siente unos ojos cruzarse con los suyos.
Hay algo abajo.
Se lleva las manos al estómago de manera involuntaria. Ella solo ve sombras, solo sombras alargadas que adaptan su figura a los contornos del camino.
La nieve entra sin llamar a la puerta.
La mujer sale corriendo de la habitación, baja las escaleras y cruza el salón, donde un televisor ha sido cegado por un graffiti de color azul.
Sale por la puerta de atrás y echa a correr, pero un hilo invisible colocado por el destino entre dos árboles la frena y cae hacia atrás.
¿Por qué no puedo escapar de esta casa?
Las sombras incorpóreas alargan sus dedos por encima del río y ella siente su cuerpo helado contra la nieve, pero no a causa de ella.
Se mete en la casa de nuevo y se encierra en el baño, cuyos azulejos están desmoronados y lo único que se puede ver es el cemento gris de las paredes mezcladas con olor a humedad.
Las sombras se cuelan como una plaga de cucarachas por debajo de la puerta y ella quiere gritar.
Por casualidad o sino, encuentra un cuerpo al irse a esconder en la bañera. El cuerpo tiene clavado un trozo de espejo roto en el corazón y su rostro tiene la expresión de quien recuerda algo en el último momento. La bañera habría estado llena de sangre de no ser porque el desagüe hizo bien su tarea.
Y la mujer, entonces, se acuerda por qué salió a la nieve, el día en que decidió quitarse la vida por temor a las sombras de su realidad.

Al día siguiente, tres cuerpos aparecen con cristales clavados en el corazón, tres mocosos que se metieron en una casa abandonada, al lado del parque. Se descubre además el cuerpo de una mujer, cuya desaparición nadie denunció.
Mientras tanto, un alma en pena se pasea por el parque, intenta salir del perímetro de la casa, pero no lo consigue y no recuerda por qué.



Ideas: Parque nevado a la luz de las farolas, casa abandonada junto a un río congelado.




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