Un proyecto imposible



1418, Florencia

—¿No te molesta el ruido?
—¿El ruido? —contestó el pintor, sin desviar la atención del lienzo.
—Sí, el ruido —insistió su modelo—. Los pájaros en esas jaulas. Lloran de desesperación.
Paolo dirigió una mirada rápida a Giorgia y sonrió de manera tímida, mientras su rostro se volvía del color de las amapolas al contemplar su cuerpo desnudo y blanco. Estaba acostumbrado a ver desnudos, seguía sin comprender la razón por la que aquella joven le hacía temblar.
—Los soltaré, Giorgia. Los necesito para el cuadro, necesito fijarme en su figura. Aunque tienes razón: el destino de un pájaro nunca fue el estar enjaulado. ¿Me acompañarás a dejarlos volar cuando acabe?
Fue entonces el turno de Giorgia para sonrojarse. La mente de Paolo voló, como uno de sus pájaros, hasta posarse en el hombro blanco de la joven. Enredó el pico en su cabello claro y acurrucó su pequeña cabecita contra la mejilla rosada de la joven.
Salió de su ensimismamiento cuando la chica le preguntó si podía descansar. Mientras ella envolvía su cuerpo en un manto de seda grisácea, el pintor se acercó a la jaula de pájaros. Cogió un puñado de semillas y decidió abrir la puertecita, acomplejado por las palabras de la joven. No soportaba pensar en el agobio que debían sentir. Cinco pájaros salieron batiendo sus menudas alas y se posaron en la mano del chico, picoteando y comiendo, liberados.
—Le acompañaré cuando los libere.
Paolo dio un salto de sorpresa cuando notó a la joven a su lado, su aroma suave y dulzón se apoderó del entorno.
Paolo sonrió, sin dejar de mirarla. Cuando notó su palma vacía de semillas, la alzó y los pájaros salieron volando por todo el taller, gorjeando esta vez de felicidad.
—Algo me dice que será entonces usted el que se ponga triste. Usted adora a sus pájaros, es fácil de ver. Por algo le llaman Ucello.
Paolo cogió la mano de Giorgia entre las suyas, pero ninguno de los dos se atrevió a hacer movimiento alguno, más que mirarse a los ojos e intentar adivinar las palabras que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar.
La magia del momento se rompió cuando una franja de luz apareció, iluminando el oscuro taller de Paolo.
—Es su amigo, el escultor —dijo ella, lanzando una mirada a la puerta del estudio. Brindó al chico con una última sonrisa sonrojada y se apartó de él. Paolo maldijo en un susurro.
—Puede retirarse. Seguiremos mañana.
La muchacha asintió, sin dejar de mirarlo, se despidió con un movimiento de mano y se retiró a vestir.
Paolo caminó hasta encontrarse con su amigo, que sonreía como un pícaro.
—Buenos días, Paolo —dijo su amigo, entre risas—. ¿A caso se te olvidaba el evento de hoy?
—Ni por asomo —rió él, pasándose una capa por encima de los hombros y echando a caminar—. Es esa joven modelo. Creo que le gusto, Donato.
—Seguro que no le gustas tanto como a ti te gusta ella. Es normal, es guapa.
Paolo lanzó una mirada abochornada a su amigo.
—Y es muy dulce.
—Lo que tú digas, amigo mío. —Donato pasó un brazo sobre el pintor, mientras le dirigía para esquivar un carro de caballos que pasaba a toda prisa. El día era soleado, y aquello en invierno significaba alboroto. Las calles de Florencia eran estrechas y cuadradas, y en días como aquel se llenaba de gente que se dedicaba a pasear o a vender alimentos y utensilios. Nadie se fijaba en los dos jóvenes artistas que caminaban a buen ritmo, con la gran catedral a medio construir en su horizonte, asomando como un gigante entre las casas mundanas.
—No me puedo creer que haya personas dispuestas a levantar la gran cúpula. Es un vano gigante, de cuarenta y cinco metros de diámetro, además está muy alto. El Consejo de la ciudad dice que no es posible levantar andamios a tan elevada altura.
—Veremos qué ideas tienen los concursantes —dijo Donato—, ¿cómo crees que lo hará el maestro Ghiberti?
Dicho esto, comenzó a correr calle abajo, sujetándose el sombrero. Paolo lo siguió, entre risas. Llegaban tarde, y querían ver todas y cada una de las maquetas presentadas ante los jurados para llevar a cabo la obra más grande en mucho tiempo: la cúpula de la catedral Santa María del Fiore.
—¡No lo sé! —gritó Paolo, corriendo detrás del joven Donato— ¡Pero ya le dieron las puertas del Baptisterio! ¡Tiene buena fama, seguro que le eligen!
Paolo y Donato eran amigos desde hacía años, ambos habían coincidido como aprendices en el taller de Lorenzo Ghiberti, un hombre cuya fama había ascendido desde que ganara el concurso para realizar los relieves de las puertas norte del Baptisterio de San Giovanni, en las cuales ellos dos habían trabajado bajo sus órdenes.
—Lo dudo —respondió su amigo, frenando el paso y bajando la voz, pues ya llegaban a la Piazza del Duomo, donde tenía lugar el encuentro—. Ghiberti competirá con su rival, y esta vez su rival ganará, pues se ha hecho más fuerte y es más sabio en el campo de la arquitectura.
Paolo soltó una carcajada ante un confundido Donato.
—¿No hablarás por casualidad de Brunelleschi? No ha hecho nada más desde que le derrotara el maestro.
Donato puso los ojos en blanco y continuó explicando, mientras localizaba un gran corro de personas al lado de la catedral.
—No ha hecho nada porque estuvo estudiando. Yo le acompañé a Roma y le ayudé a estudiar los edificios más antiguos, entre ellos el Panteón de Agripa y su gran cúpula, de tamaño similar. Para construir una cúpula tan grande hay que disponer de una idea innovadora. Todas las técnicas actuales se quedan cortas.
Paolo hizo un ademán con la mano. Donato siempre presumía de aquel viaje a Roma, pero la verdad era que después de aquel viaje, Brunelleschi se había desentendido del pobre Donatello, como le comenzaban a llamar muchas personas, y el joven escultor había llegado al taller de Ghiberti para convertirse en su aprendiz.
—¿Y cómo va a innovar estudiando arquitectura antigua?
—Precisamente porque ellos innovaron para su época. Y eso es lo que pretende Filippo Brunelleschi.
—Hablas con mucha seguridad de sus planes.
—Por supuesto que sí. ¿Quién crees que le ayudó a construir la maqueta que verás ahora mismo con tus propios ojos?
—¡Donato! ¿Has vuelto a reunirte con Brunelleschi? Verás como se entere el maestro Ghiberti de que además le has brindado tu ayuda, te tiene en mucha estima.
Donato puso un dedo sobre sus labios, indicando que debían callar. Se acercaron al corro de gente que se reunía bajo la sombra de la catedral.
—Es imposible —escucharon la voz de su maestro, Ghiberti—. No tiene pensados los andamios, la construcción no será posible sin ellos.
—No son necesarios —dijo un hombre con una barba grisácea y espesa, pese a tener solo unos cuarenta años—. La cúpula se sostendrá sobre sí misma.
Todo el corro rodeaba a estos dos maestros y al jurado, compuesto por varios hombres sentados en unos asientos improvisados. El jurado parecía haber decidido que el proyecto final sería el de Brunelleschi, para sorpresa de Paolo. El muchacho observó los planos y la maqueta del hombre: no contemplaban la construcción de andamios ni cimbra. Su maqueta estaba inacabada, pero parecía claro que su cúpula se sustentaría sobre un muro octogonal, del que partirían dos cúpulas, una interior y otra exterior.
—Es imposible —dijo Paolo a su amigo—, los ladrillos caerán por su propio peso antes si quiera de acabarla. Eso si tan solo su idea de no utilizar andamios fuera realista.
Donato sonrió de nuevo, con esa sonrisa de pícaro que hacía que Paolo se preguntara qué secretos le escondía.
Mientras tanto, el jurado hablaba:
—¿Cómo lo hará, Brunelleschi?
—Denme el trabajo y lo sabrán.
—No podemos confiar un trabajo de tal calibre a un hombre sin experiencia arquitectónica.
Las personas presentes rieron, pues las palabras del jurado parecían haber molestado al artista, cuya formación había sido en orfebrería, no arquitectura. Como respuesta, el hombre sacó un huevo y lo puso en manos del jurado.
—Intenten ponerlo de pie sobre el suelo.
—¿Qué hace? —preguntó Paolo a su amigo, pero incluso éste parecía desconcertado.
Todas las personas allí presentes comenzaron a hablar entre ellas para descifrar el misterio, mientras tanto el jurado como Ghiberti, su rival, intentaban dar solución al problema. Ghiberti se puso colorado al ver cómo sus aprendices se reían de él, pues el huevo siempre terminaba rodando.
Cuando se dieron por vencidos, Brunelleschi cogió el huevo y presionó su base contra el suelo. El huevo quedó de pie, sujetándose sobre sí mismo.
—Eso podríamos haberlo hecho todos.
—Pero les falta mi conocimiento —dijo él, rebosando confianza—. Denme el trabajo. Yo os aseguro de que la cúpula que construya no caerá, ni ahora ni en cien años.
El proyecto presentado por Brunelleschi resultó ser el más económico, y la maqueta parecía cumplir con las características requeridas. Si aquel hombre lograba copiar el modelo pequeño y hacerlo a gran escala, resolvería un problema que muchos daban por imposible, y así se podrían librar del despiadado castigo de Dios ante su incapacidad por terminar la catedral. Además, la confianza en sí mismo tal vez fuera un determinante clave, cuando todos los demás aspirantes miraban aquel proyecto con miedo.
—Donatello —saludó Brunelleschi al joven que se acercó a felicitarle—, ¿qué te parece el trabajo que me ha sido encomendado?
—Digno de Dios, señor.
—Digno de Dios será el resultado.
Donatello y Paolo sonrieron, observando a un maestro de la arquitectura y deseando aprender más, y más, y llegar a ser maestros escultores y pintores ellos también.
Mientras caminaban juntos de vuelta a sus respectivos talleres, un pájaro se posó en el borde del vano de la catedral y miró, con vértigo, hacia el interior. Sus ojillos brillaron por la luz del atardecer, luz que dieciocho años más tarde, se vería eclipsada por una gran cúpula jamás vista antes, una cúpula que se convertiría en todo el símbolo de una ciudad y un movimiento artístico.
Una cúpula bajo la sombra de la cual caminarían los grandes artistas que crearía aquella ciudad, y que velaría porque sus sueños se hicieran realidad.

***

Idea: ambientado en la Florencia renacentista.

Relato ficticio, basado en hechos históricos, en concreto el concurso de 1418 para la construcción de la cúpula de Santa María del Fiore.
El proyecto fue asignado a Brunelleschi. Su plan era apoyar dos cúpulas sobre un tambor octogonal con un muro de 4m de espesor, una interior y otra exterior. También creó un diseño de ladrillos y una manera de colocarlos conocida como espina-pez que haría que el peso de los ladrillos no cediera por sí mismo, sino que se redistribuyera; el resultado forma una especie de hélice. La cúpula tardó en construirse 16 años, lo cual es sorprendente dado que usualmente se solía tardar muchos años, y los artistas podían fallecer antes de ver finalizada su obra. Este no fue el caso de Brunelleschi, que sí vivió para verla, y además también construyó la linterna que coronaría la cúpula.
En cuanto a Ghiberti, su fama y su reputación crecieron a partir de ganar el concurso de 1401, en el que le encargaron las puertas norte del Baptisterio del mismo conjunto que Santa María de Fiore. Tanta fama consiguió, que años más tarde le encargarían directamente a él las puertas este del mismo Baptisterio, las que miran hacia la catedral, obra por la que es reconocido hoy en día, las Puertas del Paraíso, como las llamó Miguel Ángel al verlas años más tarde.


1 comentario:

Unknown dijo...

Que bonito! ! Me encanta! 😍😍

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