Febrero: sobre nudos y ruinas (que no lo son tanto)


Deseo es esperar en silencio, sin rellenar los huecos de la vida, por la esperanza de que llegue (algo), pero ver cómo nunca lo hace. Deseo es una imagen mental que flota entre las nubes y tal vez es bonita precisamente porque está allí, en lo alto, entre la luna y las estrellas, y una lo ve desde el suelo, de puntillas y alargando la mano.

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Últimamente pienso en las etapas que no he vivido, como si la vida fuera un tablero con casillas de colores y yo hubiera sacado un número tan alto en el dado, que he dado un salto muy grande. De repente miro hacia atrás y añoro esas casillas que parece que nunca más podré pisar, en vez de concentrarme en el momento actual y en dónde he llegado.

Me encuentro dividida entre mi yo racional, la planificadora que siempre ha sido, y la yo más visceral, que se asoma en este punto de mi vida porque antes no se había sentido con la comodidad o la confianza para hacerlo.

Esa es mi casilla perdida.

Esa en la que haría las cosas que nacen de mí sin pensar en nada más, ni en las consecuencias, ni en los desvíos de camino. Solo en el empujón de dentro.

Pero, al fin y al cabo, ¿es una casilla de verdad? Parece más una trampa. De esas que según te posas, se quiebran y te hacen caer en un pozo.

No quiero pensar más en ello.

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Quiero destacar la canción «The Streets of Belgrade», de Infinity Ripple, porque me saltó mientras escribía y me recordó a un nudo.

Sí. Un nudo. De esos que desesperan, que quieres eliminar pero no sabes cómo, y a medida que lo intentas con más empeño, solo consigues enredar más la cuerda. Un nudo de esos en los que se mezclan tantas emociones que no eres capaz de entender. Te parece precioso y peligroso al mismo tiempo, tierno y desesperante, inspirador y destructivo. Prefieres eliminarlo, pero te encanta contemplarlo, porque es hermoso a su manera y ha surgido de una forma tal que tú nunca llegarás a comprender.

(También influyó el nudo que se creó en el cable del secador y que me pareció precioso, me quedé mirándolo un buen rato en el baño, pensando en que debería deshacerlo, pero es que era muy bonito, de verdad. Sí, hecho real).

Os dejo este dibujo de una de mis ilustradoras favoritas del mundo, Feefal (esta es su cuenta de Instagram):

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¿Cuántas personas se quedarán en la tierra de mis sueños a lo largo de mi vida? 

Llegarán para mirarme a los ojos y transmitirme cosas que nunca podré descifrar, pero me mantendrán en vilo el resto de mi existencia. Como saturno o algún planeta lejano y curioso, siempre lejos, siempre misterioso. Un terreno sin explorar y que se perderá; las ruinas de un castillo dentro de un bosque por el que ya no pasa nadie. 

Más bien, ¿no seré yo las ruinas? Al fin y al cabo, en mi vida soy yo la que se queda, y el resto el que se marcha. Los veré pasar por los caminos; observarán mis ventanas rotas y mis paredes cubiertas por enredadera con la fascinación de quien se encuentra una ruina muy majestuosa, incluso alguno se verá tentado a explorar mis rincones. Plantan semillas de curiosidad y se marchan, dejando que sus enredaderas escalen y me escondan cada vez más.

Anotación sobre este pensamiento: estoy siendo injusta. Mi castillo es uno bien cuidado por las personas que decidieron quedarse hace tiempo y habitan en mi interior. A veces debería cerrar las ventanas que miran hacia el horizonte anhelando cosas lejanas y encender las luces de mi casa, donde veré acurrucadas a las personas que decidieron vivir aquí, compartiendo chocolate y jugando a algún juego de mesa. Los reales. Los que están. Los que pintan las paredes de mi casa y tapan las humedades tras las tormentas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonitooo!! Como se puede escribir tan bien y con tanta sensibilidad y sencillez!! I love you 💕 💜 ♥️ 💖 ❤️ 💛 Sweet Child o' mine.

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